“Un muerto que no para de nacer” *

Por Karlos López Rentería

Diciembre se ha convertido en el espacio temporal que menos aporta a la paz del alma: “compras” , “navidades”, “cierres de año”, “fin de año” y más “compras”.Este mes y su movimiento han permitido, desde hace cuatro años que nuestro grupo de teatro ESPACIO LIBRE realice una gira por el sur de esta parte del planeta. En esta oportunidad, Arequipa y Argentina.

Dudas, preguntas y sorpresas

Arequipa nos recibió con la dulzura de dos posibilidades: acalorarse bajo el sol o estremecerse con el frío de las sombras. Fueron dos también los festivales y cuatro los días que compartiríamos nuestro trabajo con la ciudad del inolvidable Misti. El primer festival en esta ruta, lo era también para los organizadores. La Universidad Católica Santa María convocó a talleres de teatro universitario locales  y realizó durante tres días el Primer Festival de Teatro Universitario de Arequipa, que nada tiene que ver con los Encuentros organizados por la CONTUP (Coordinadora Nacional de Teatro Universitario). El día de la inauguración, en calidad de invitados, presentamos “Paréntesis”, nuestro último material, que entre otras anécdotas, se estrenaba ahí. Con una asistencia casi referida a familiares, algunos miembros de los grupos participantes y autoridades universitarias (o sus representantes), este festival será recordado como una iniciativa que le costó y costará continuar al taller de teatro de dicha casa de estudio.

El domingo era el turno del Festival Internacional “Máscaras del Tiempo”, organizado por La Comuna Teatro (que nada tiene que ver con el mítico grupo argentino “La Comuna Baires”). Un ambicioso proyecto de gestión de sala, un inolvidable adobo arequipeño y un taller de dirección teatral a cargo de  Diego La Hoz,  nos ubicaban en un festival que llega a su duodécima edición con la presentación de una de las obras emblemáticas del teatro peruano: “Los Tambores” del grupo PERU FUSIÓN  y con el placer de ver a Lucho Ramírez, tan mítico como la obra que no deja de nacer luego de 25 años. Y no 25, pero sí 24 es la edad que cumple en la historia el personaje de “Paréntesis”, la siguiente función en la jornada, y que cerró nuestra visita por Arequipa con un bienvenido desarme de nuestra obra. Dudas, aplausos, invitaciones a próximos festivales, comentarios, uno que otro cariñoso elogio, y buenos deseos para la gira que recién comenzaba. Diciembre abría los ojos.


Regresamos a Lima el lunes y había que estar en Buenos Aires el miércoles. Un calor que oscilaba entre 32º y 38º, cambios de hora y moneda, y un cielo que se oscurece apenas a las nueve de la noche eran las causas de nuestra ligera confusión, rápidamente aplacada por la alegría de reencontrarse con los compañeros anfitriones de LA CORDURA DEL COPETE, grupo  hermano que ya va 8 años sacando adelante el Festival del Copete, que lleva a San Justo (La Matanza), grupos provenientes de diversas partes del mundo. Un festival que tiene entre otras gracias, el ser a la gorra y contar con una asistencia promedio superior al 80% por función en calles y salas. Quince espectáculos en cinco días, con diferentes estéticas, contenidos, discursos y públicos.


Joaquín Sabina dijo alguna vez que lo increíble de Argentina eran las conversaciones que podías entablar con cualquiera y a cualquier hora. Le doy la razón. El diálogo cobraba particular importancia, sobre la mesa, acompañando un mate. Después de las funciones, cerca de la media noche, en el teatro de LA CORDURA DEL COPETE, se daban chácharas con sangre de tertulia. México, Perú y Argentina se preguntaban sobre lo que se vio, lo que sucede en sus propios territorios y de qué se trata esta terquedad de seguir haciendo teatro de la forma en que la hacemos, en grupo. Estos cuestionamientos tuvieron su espacio oficial dentro del festival en tres conversatorios: “Teatro, estética e identidad” conducido por Araceli Arreche, “Dejar una huella” una suerte de intercambio/presentación de libros, y un último conversatorio sobre el festival realizado por los grupos participantes. Escuchar y ver, a investigadores, directores y gestores de proyectos aparentemente utópicos, hablar y defender su lucha desde el diálogo con los que comparten su postura y, más interesante aún, con los que se oponen a la misma. Quizá esa la mejor razón de estos encuentros: conversar desde la diferencia. Eso nos falta aprender.


El Túnel


Así llegamos a la segunda semana en Buenos Aires y el camino señalaba parada en El Palomar, Tres de Febrero: la casa de EL BALDÍO TEATRO. Esta vez asistíamos al quinceañero del festival que ellos llaman La Víspera y motivados por lo que involucra llegar a esa edad, esta edición era un homenaje a uno de los vecinos más queridos: Ernesto Sábato.

La noche anterior al inicio del festival, se proyectó el documental (después de cada función se proyectarían más) “Ernesto Sábato, mi padre” dirigido por Mario Sábato. A la tarde siguiente, representantes de Argentina, Brasil, Francia, México y Perú salían a las calles para anunciar que el festival arrancaba: zanquistas, malabaristas, bomberos voluntarios y la chilinga entre otros. Dieciséis espectáculos en cinco días, acompañados por la proyección de documentales, conversatorios y la posibilidad de encontrarse con proyectos tan increíbles como posibles. Ahí se escuchaban a los chicos de la Sala Alberdi defendiendo ese espacio que no pertenece a nadie, porque pertenece a todos, a la comunidad que encontró en esta sala  algo que valida el derecho a la educación y al goce cultural colectivo gratuito y que ahora las autoridades quieren cerrar y privatizar. Y cómo sacarse de la memoria el impacto que produjo conocer al Frente de Artistas del Borda y su proyecto de “Desmanicomialización”, en donde el teatro es un eje principal. Las constantes interrogantes de cómo, por qué y para qué hacer estos encuentros de teatro e identificar aquello que nos moviliza a hacerlo, iban encontrando otros colores al escuchar a compañeros franceses decir: “nosotros tenemos un festival que se inspiró en el que organiza EL BALDÍO. Un festival con pocos recursos pero mucha creatividad y corazón”. Las limitaciones económicas no pueden constituirnos en lisiados creativos. Si a algo se parece el creador teatral es a un trasformador de realidades. Éstas se trasforman desde el diálogo con el diferente, con el que no piensa como uno ya que tiene otras lecturas de la realidad que percibe. Este diálogo tiene un fin de cambio que hace la diferencia. ¿Qué se quiere y qué se debe cambiar? ¿Cuestiones estéticas o éticas? ¿El teatro es sólo eso que hacen los actores cuando se suben al escenario? ¿También hay que considerar  convertirnos en mejores personas? Las respuestas están implícitas en el hecho teatral, entendiendo que nuestro trabajo parte de un deseo referido a una responsabilidad colectiva y que la posibilidad de hacer teatro de grupo y lo que involucra esto (trabajar junto al otro, crear juntos, seguir preparándose y convertirse en imprescindible para el otro) todo esto ya plantea soportes éticos y estéticos en constante revisión y de esta forma revitalización. En palabras de Héctor Alvarelo de LA RUNFLA “si buscamos discutir en nuestros encuentros sobre grupalidad, habremos logrado unificar lo artístico con lo ideológico”. Lo más sorprendente es que uno termina juntándose con el diferente.
 
Teatro Independiente

Si alguien me explicaba qué es el teatro independiente y cuáles son los requisitos para considerarse reprensentantes dé, se lo iba a agradecer con toda mi alma, pero pronto esa interrogante fue opacada por una interrogante nacional ¿Por qué produce tanta gracia contar que en Perú tenemos Ministerio de Cultura hace apenas un año? Y… ¿cómo hacían antes? Completaba la sorpresa. En Argentina, el derecho a ser llamados independientes se lo ganaron juntos y diferenciando ayudas y subsidios que el Estado, administrador de la riqueza nacional, brinda. Esto no puede condicionar su discurso ni estética. Sin caer en la desesperación de la derrotista curva de mercado que indica que el público baja y que si se cerraran todos los teatros del mundo, la gente seguiría viviendo sin problema. Aquí la autogestión no se convierte en un modelo de producción  más, sino en una estrategia de aprovechamiento de una diferencia con los otros y la defensa de la misma. La verdad es que al final nosotros terminamos subsidiándonos el teatro que hacemos. Incluso ellos, 80 años después, siguen buscando mejores condiciones para el teatro y sus posibilidades. Y es muy difícil defender o discutir  algo si no conoces tu historia. Si uno no se sienta a reflexionar esos procesos, nunca va a entender lo que está haciendo.


Grupos y Resonancias

En los grupos estamos rodeados de gente que entendió que la única forma que les interesa de subirse al escenario es construyéndolo juntos y prolongando esta arista en un teatro que no se muera luego de cada  función, con gente que conoces, que ves y se ha convertido en soportes para tu crecimiento. Un teatro de la resonancia, como dijo Armando Madero de LA CORDURA DEL COPETE. Resonancia que parte del trabajo diario, juntos, en donde se articulan el cotidiano y extracotidiano haciéndose parte del pellejo, motores para la terquedad  de hacer cosas en un lugar donde las autoridades aconsejan “teatro aquí, no, a la gente no le interesa, no pierdan su tiempo”. La respuesta es elocuente: festivales con entrada libre y salida a la gorra, funciones en las calles, conversatorios y publicaciones y nuevos proyectos. Esa es la cachetada que hay que dar y que sale del recibirla pues los creadores finalmente somos transformadores de impulsos cotidianos antes que se conviertan en elocuentes buenas intenciones y antes que estas terminen por devorarnos a nosotros mismos. “Cuando comienzas a hacer teatro en serio, te das cuentas que empiezas a quedarte solo”. Esa soledad que el teatro se ha encaprichado en transformar y esta gira nos regala señales de eso. Siete espectáculos unipersonales,  con similares preguntas, deseos y esperanzas de renovación unida en este diciembre, diferentes años, diferentes generaciones, diferentes latitudes. ¿Cómo explicar eso? Obras en las que los actores representan en el escenario esa soledad transformadora. Día a día nos morimos un poco, esta es la forma que el teatro encuentra para no apagarse, de no dejarse morir del todo, a pesar de recibir diariamente cuchillazos de indiferencia, traición, abandono, poca fe; esta soledad se hace necesaria para protegerlo, para que en lugar de morir, siga naciendo.

La última semana regresamos a La Matanza, casa de LA CORDURA DEL COPETE. Aún nos quedaba una función por cumplir en Moreno, en la sala El Churqui, de TERCER CORDÓN TEATRO. Esa semana, ya con la vorágine de la noche buena encima, decidimos no dejar que el calendario nos diga que la gira estaba por morir. Ambos grupos nos internamos  intercambiando actores, directores, cuerpos, textos, rutinas, propuestas, trabajando y soñando juntos en esa sala tan hermosa que ellos han construido. Así, sin darnos cuenta, o  quizá aceptándolo, llegó la Navidad y sus cohetes. Era hora de regresar. “Viajar en barco trae la hermosa posibilidad de seguirse viendo un rato después de haberse despedido” decía Mario Sábato en el documental sobre su padre. Lamentablemente un avión no conoce esas cosas y nos  vimos ingresando al aeropuerto nosotros, volviendo a la casa, al aire nuestro, solos. Ahí, entre la nostalgia del fin de encuentro, aparece la resonancia de las palabras que me regalara Angela Mourao al oído luego de mostrar nuestros unipersonales, “ya ves que no estamos tan solos”.

* verso de la canción “Murguita del sur” de la Bersuit Vergarabat


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