Crónica escrita por Diego La Hoz
Durante los cuatro lunes de febrero se realizó en el Instituto Cultural Peruano Norteamericano (ICPNA) un inusual Taller de Crítica Teatral conducido por Sara Joffré. La primera sorpresa, abierto y gratuito. La segunda, más gente de la prevista. Gente que llegó de distintos lugares con un interés sincero de no quedarse quieta en su asiento. Y es que escuchar a Sara es como estar subido en una montaña rusa.
Uno. “En el Perú, lo nuestro no está investigado” dijo Sara como gran obertura. Inmediatamente después se dispuso a contar con diapositivas la historia del teatro peruano que ella había registrado desde 1960 hasta 1990. Sólo hablaría de su experiencia, de lo que vio y vivió. Un recorrido detallado por los primeros centros de formación teatral, las compañías de moda, los primeros grupos de respuesta ideológica y la consolidación de un interés más genuino por el teatro peruano. Sara propuso, a modo de marco histórico, el montaje “Marat Sade” (1968) que realizó Histrión como el estallido de un teatro con conciencia renovadora y “El beso de la mujer araña” (1980) de Teatro del Sol como broche de oro de una época de búsqueda reivindicativa del compromiso escénico y social. Obviamente hay mucho más. Sucede que en los años noventa desaparece –o mejor dicho, se disgrega- el teatro de grupo como consecuencia de los tiempos violentos que vivió nuestro país. Este inevitable individualismo hizo que todo deba replantearse. Recién ahora, en el siglo XXI, comienza a escribirse otra historia: algunos regresaron, otros simplemente salieron de su encierro, y las nuevas generaciones aparecieron con un comprensible desconcierto por este tránsito de silencio. Pero, ¿qué tiene que ver esto con la crítica? Mucho. Porque “para hacer crítica no podemos dejar de investigar y observar la historia”, nos dijo Sara. Y aquí surgió la gran pregunta: ¿cuál es el propósito del crítico? Ella no se apresuró en responder. Lo dejó de tarea. Mientras esto sucedía, hurgó en su enorme colección de fotocopias y revistas, y se refirió a Anne Bogart y sus Puntos de Vista Escénicos. Los leyó rápidamente como para dejarnos la inquietud de seguir buscando.
Cuando esto parecía ser el colofón de esta primera jornada, apuntó en la pizarra algunos nombres claves: Alfonso La Torre, Hugo Salazar Del Alcázar, Sebastián Salazar Bondy, José Carlos Mariátegui, Jorge Dubatti, Heiner Müller y Hans Thies Lehmann. Tomó la lista de inscritos y designó al azar uno de estos personajes para ser expuestos la próxima sesión. “El crítico no puede conformarse con lo de su aldea, tiene que ir más allá”. Finalmente, hizo la invitación de ensayar nuestra primera crítica de la obra Sangre como Flores, La pasión según García Lorca, escrita por Eduardo Adrianzén y dirigida por Alberto Ísola, que estaba en temporada en el mismo Instituto anfitrión. El siguiente lunes serían leídas.
Dos. Siete en punto de la noche. Pasó lista y al frente. “Escuchemos lo que tienen que decir de la obra, los demás serán los críticos de la crítica”. Uno por uno leyó su comentario. El diálogo no se hizo esperar. Por un lado, estaban los que no podían imaginar que dos grandes se equivocaran y por el otro los que consideraban que la imagen de Lorca había sido tratada de manera simplona y hasta vulgar. Sin duda, el consenso nos decía que la puesta era limpia, las actuaciones cumplidoras y se dejaba ver. Sin embargo, un par de preguntas darían en el clavo a modo de conclusión: ¿Si no conociéramos a Lorca que pensaríamos de él? ¿Cuál es la imagen que se lleva el público de este personaje fundamental para la literatura? Así debe ser la crítica. Reflexiva y cuestionadora. “Es nuestra memoria del presente y para criticar debemos dudar”, decía Sara. Inmediatamente escribe en la pizarra la palabra “review” y nos dice que ésta le parece más adecuada para referirse a la palabra “crítica”. La traducción es revisar, analizar. Esta temible palabra castellana viene del griego krinein que significa “algo que se rompe”, de ahí la palabra crisol, crisis, criterio. Sin embargo, Sara prefiere revisión, volver a mirar. Y es que para hacer una buena crítica es recomendable ver varias veces una obra. La capacidad de análisis está en el ensayo de un pensamiento matemático… Y siempre “hay que tener criterio”. Y cómo se logra esto, estudiando y observando. Al final, terminamos en lo mismo.
Para continuar con la idea participativa de este taller, Sara pidió que los que tenían el encargo de investigar sobre los personajes antes mencionados se prepararán. Uno a uno hizo muy bien su exposición. Era como descubrir con palabras sencillas quiénes eran esos personajes y qué podían aportar a nuestro pensamiento. Alfonso La Torre con su impecable pluma nos hacía notar que los teatristas somos “héroes civiles”, Hugo Salazar Del Alcázar siempre atento a lo que pasaba más allá de las palabras, Sebastián Salazar Bondy con su literatura crítica y urgente, José Carlos Mariátegui con su campesino afrancesado Juan Croniqueur, Jorge Dubatti con su escuela para espectadores, Heiner Müller reinventando la dramaturgia, y Hans Thies Lehmann con su discurso sobre el teatro post-moderno. Todos ellos hablaron esa noche. El teatro nos interesa mucho más por lo que registra que por lo que simplemente es capaz de mostrar.
Tres. Siempre puntual. Algunas bajas hacían notar que muchos son los llamados pero pocos los elegidos. Sin embargo, éramos más de lo imaginado. Sara otra vez revisó sus papeles, pasó lista y nos entregó la copia de un comentario que realizó para la revista de la International Brecht Society (IBS) sobre la obra “Madre Coraje y sus hijos” que se presentó en Lima. Nos pidió leerla para la próxima jornada. Comentó que en esa misma hoja había un texto que debíamos traducir, “para que practiquen su inglés” dijo muy firme. “Un crítico debe aprender a leer no sólo en castellano y ahora con la internet es muy fácil ser autodidacta”. También nos entregó la fotocopia de un fragmento del libro “Crítica y verdad” de Roland Barthes. Esa noche leímos –y comentamos- la brevísima “Pieza del corazón” de Müller como disparador para nuestra charla de fondo sobre la subjetividad de la crítica. Tema que generó un interesante debate. “La ausencia de algo fijo” diría Hegel. Y claro, nada es absoluto. Incluso el canon o los parámetros con los que se mide algo responden a distintas épocas. Cambian. La interpretación de la obra de Vallejo que se hace hoy es muy distinta a la de su tiempo. Incluso su valor es distinto. Aquí va también el término “fortuna crítica”, aquel “valor” que tiene una obra de arte. En cristiano, ¿cuánto vales como artista? Esto puede darse por múltiples razones y está ligado al reconocimiento. En conclusión, siempre hay una cuota de subjetividad en la elaboración de un pensamiento analítico y en el valor que se le da a una obra de arte. Aunque, en defensa del crítico, la sustentación le da el carácter formal a su trabajo.
Cuatro. Último día. Quedaba pendiente comentar la crítica de Sara a “Madre Coraje”. Así se hizo. Se sentó en el lugar del espectador y escuchó. Al margen de lo que se dijo, lo interesante fue darnos cuenta que cada crítico tiene su estilo para decir las cosas. Su sello personal. Su necesidad de integrarse a un pensamiento individual y a la vez colectivo. Y aquí volvimos a la pregunta del primer día: ¿Cuál es el propósito del crítico? Al leer el breve artículo que estaba al costado de su comentario sobre la obra de Brecht decía en inglés, “and the critic has to write”. Esa era la clave. Has to. El crítico tiene que escribir. Ver una obra de teatro es un hecho histórico que despierta un deseo por prolongarlo y registrarlo. El teatro cuando sucede ya pasó. Su carácter efímero y su posible desvalorización en el tiempo hacen que alguien tenga que escribir sobre él. “Dos recomendaciones, piensen para quién escriben y cuiden su gramática” dijo Sara refiriéndose también al buen uso de las palabras. En el Perú, “el teatro está floreciendo como un enamorado sin pareja”. O sea solo, sin nadie en quién verse reflejado, sin ninguna voz que diga algo.
Aunque Sara se declara la viuda de Brecht es también una gran observadora de su obra. No teme decir que también el gigante se equivocó. Para ella dios no existe. Ni aquí ni allá. “Ahora –dijo enfática- yo no escribiría nada de lo que tenga seguridad, prefiero escribir desde la duda”. Mientras nos revelaba este pensamiento inquietante pide que nos acerquemos a la mesa. “Escojan lo que quieran” dijo amable. Uno por uno, fueron desapareciendo los papeles, revistas y separatas que había traído. No permitió ningún aplauso porque había función al frente. Sin embargo, nos dejó una última encrucijada ¿Cuál es la mejor crítica que se le puede hacer a un río? Mientras pensamos pasmados advertimos que en la pizarra había otro nombre por estudiar: Walter Benjamin. Lo borró y dio la respuesta: ¡Un puente! Eso lo dijo Brecht, concluyó.
El aplauso silencioso nos llevó a continuar la conversa en el cafecito de la esquina. Sólo había chicha morada y pedimos tres jarras. Sara sirvió cada vaso. Nos invitó a seguir juntándonos. Otra vez, has to. Brindamos. Y al poco tiempo tuvo que irse. Se acercó a mí como si me fuera a contar un secreto y me dijo despacito: ¡Ya pagué la cuenta!
Durante los cuatro lunes de febrero se realizó en el Instituto Cultural Peruano Norteamericano (ICPNA) un inusual Taller de Crítica Teatral conducido por Sara Joffré. La primera sorpresa, abierto y gratuito. La segunda, más gente de la prevista. Gente que llegó de distintos lugares con un interés sincero de no quedarse quieta en su asiento. Y es que escuchar a Sara es como estar subido en una montaña rusa.
Uno. “En el Perú, lo nuestro no está investigado” dijo Sara como gran obertura. Inmediatamente después se dispuso a contar con diapositivas la historia del teatro peruano que ella había registrado desde 1960 hasta 1990. Sólo hablaría de su experiencia, de lo que vio y vivió. Un recorrido detallado por los primeros centros de formación teatral, las compañías de moda, los primeros grupos de respuesta ideológica y la consolidación de un interés más genuino por el teatro peruano. Sara propuso, a modo de marco histórico, el montaje “Marat Sade” (1968) que realizó Histrión como el estallido de un teatro con conciencia renovadora y “El beso de la mujer araña” (1980) de Teatro del Sol como broche de oro de una época de búsqueda reivindicativa del compromiso escénico y social. Obviamente hay mucho más. Sucede que en los años noventa desaparece –o mejor dicho, se disgrega- el teatro de grupo como consecuencia de los tiempos violentos que vivió nuestro país. Este inevitable individualismo hizo que todo deba replantearse. Recién ahora, en el siglo XXI, comienza a escribirse otra historia: algunos regresaron, otros simplemente salieron de su encierro, y las nuevas generaciones aparecieron con un comprensible desconcierto por este tránsito de silencio. Pero, ¿qué tiene que ver esto con la crítica? Mucho. Porque “para hacer crítica no podemos dejar de investigar y observar la historia”, nos dijo Sara. Y aquí surgió la gran pregunta: ¿cuál es el propósito del crítico? Ella no se apresuró en responder. Lo dejó de tarea. Mientras esto sucedía, hurgó en su enorme colección de fotocopias y revistas, y se refirió a Anne Bogart y sus Puntos de Vista Escénicos. Los leyó rápidamente como para dejarnos la inquietud de seguir buscando.
Cuando esto parecía ser el colofón de esta primera jornada, apuntó en la pizarra algunos nombres claves: Alfonso La Torre, Hugo Salazar Del Alcázar, Sebastián Salazar Bondy, José Carlos Mariátegui, Jorge Dubatti, Heiner Müller y Hans Thies Lehmann. Tomó la lista de inscritos y designó al azar uno de estos personajes para ser expuestos la próxima sesión. “El crítico no puede conformarse con lo de su aldea, tiene que ir más allá”. Finalmente, hizo la invitación de ensayar nuestra primera crítica de la obra Sangre como Flores, La pasión según García Lorca, escrita por Eduardo Adrianzén y dirigida por Alberto Ísola, que estaba en temporada en el mismo Instituto anfitrión. El siguiente lunes serían leídas.
Dos. Siete en punto de la noche. Pasó lista y al frente. “Escuchemos lo que tienen que decir de la obra, los demás serán los críticos de la crítica”. Uno por uno leyó su comentario. El diálogo no se hizo esperar. Por un lado, estaban los que no podían imaginar que dos grandes se equivocaran y por el otro los que consideraban que la imagen de Lorca había sido tratada de manera simplona y hasta vulgar. Sin duda, el consenso nos decía que la puesta era limpia, las actuaciones cumplidoras y se dejaba ver. Sin embargo, un par de preguntas darían en el clavo a modo de conclusión: ¿Si no conociéramos a Lorca que pensaríamos de él? ¿Cuál es la imagen que se lleva el público de este personaje fundamental para la literatura? Así debe ser la crítica. Reflexiva y cuestionadora. “Es nuestra memoria del presente y para criticar debemos dudar”, decía Sara. Inmediatamente escribe en la pizarra la palabra “review” y nos dice que ésta le parece más adecuada para referirse a la palabra “crítica”. La traducción es revisar, analizar. Esta temible palabra castellana viene del griego krinein que significa “algo que se rompe”, de ahí la palabra crisol, crisis, criterio. Sin embargo, Sara prefiere revisión, volver a mirar. Y es que para hacer una buena crítica es recomendable ver varias veces una obra. La capacidad de análisis está en el ensayo de un pensamiento matemático… Y siempre “hay que tener criterio”. Y cómo se logra esto, estudiando y observando. Al final, terminamos en lo mismo.
Para continuar con la idea participativa de este taller, Sara pidió que los que tenían el encargo de investigar sobre los personajes antes mencionados se prepararán. Uno a uno hizo muy bien su exposición. Era como descubrir con palabras sencillas quiénes eran esos personajes y qué podían aportar a nuestro pensamiento. Alfonso La Torre con su impecable pluma nos hacía notar que los teatristas somos “héroes civiles”, Hugo Salazar Del Alcázar siempre atento a lo que pasaba más allá de las palabras, Sebastián Salazar Bondy con su literatura crítica y urgente, José Carlos Mariátegui con su campesino afrancesado Juan Croniqueur, Jorge Dubatti con su escuela para espectadores, Heiner Müller reinventando la dramaturgia, y Hans Thies Lehmann con su discurso sobre el teatro post-moderno. Todos ellos hablaron esa noche. El teatro nos interesa mucho más por lo que registra que por lo que simplemente es capaz de mostrar.
Tres. Siempre puntual. Algunas bajas hacían notar que muchos son los llamados pero pocos los elegidos. Sin embargo, éramos más de lo imaginado. Sara otra vez revisó sus papeles, pasó lista y nos entregó la copia de un comentario que realizó para la revista de la International Brecht Society (IBS) sobre la obra “Madre Coraje y sus hijos” que se presentó en Lima. Nos pidió leerla para la próxima jornada. Comentó que en esa misma hoja había un texto que debíamos traducir, “para que practiquen su inglés” dijo muy firme. “Un crítico debe aprender a leer no sólo en castellano y ahora con la internet es muy fácil ser autodidacta”. También nos entregó la fotocopia de un fragmento del libro “Crítica y verdad” de Roland Barthes. Esa noche leímos –y comentamos- la brevísima “Pieza del corazón” de Müller como disparador para nuestra charla de fondo sobre la subjetividad de la crítica. Tema que generó un interesante debate. “La ausencia de algo fijo” diría Hegel. Y claro, nada es absoluto. Incluso el canon o los parámetros con los que se mide algo responden a distintas épocas. Cambian. La interpretación de la obra de Vallejo que se hace hoy es muy distinta a la de su tiempo. Incluso su valor es distinto. Aquí va también el término “fortuna crítica”, aquel “valor” que tiene una obra de arte. En cristiano, ¿cuánto vales como artista? Esto puede darse por múltiples razones y está ligado al reconocimiento. En conclusión, siempre hay una cuota de subjetividad en la elaboración de un pensamiento analítico y en el valor que se le da a una obra de arte. Aunque, en defensa del crítico, la sustentación le da el carácter formal a su trabajo.
Cuatro. Último día. Quedaba pendiente comentar la crítica de Sara a “Madre Coraje”. Así se hizo. Se sentó en el lugar del espectador y escuchó. Al margen de lo que se dijo, lo interesante fue darnos cuenta que cada crítico tiene su estilo para decir las cosas. Su sello personal. Su necesidad de integrarse a un pensamiento individual y a la vez colectivo. Y aquí volvimos a la pregunta del primer día: ¿Cuál es el propósito del crítico? Al leer el breve artículo que estaba al costado de su comentario sobre la obra de Brecht decía en inglés, “and the critic has to write”. Esa era la clave. Has to. El crítico tiene que escribir. Ver una obra de teatro es un hecho histórico que despierta un deseo por prolongarlo y registrarlo. El teatro cuando sucede ya pasó. Su carácter efímero y su posible desvalorización en el tiempo hacen que alguien tenga que escribir sobre él. “Dos recomendaciones, piensen para quién escriben y cuiden su gramática” dijo Sara refiriéndose también al buen uso de las palabras. En el Perú, “el teatro está floreciendo como un enamorado sin pareja”. O sea solo, sin nadie en quién verse reflejado, sin ninguna voz que diga algo.
Aunque Sara se declara la viuda de Brecht es también una gran observadora de su obra. No teme decir que también el gigante se equivocó. Para ella dios no existe. Ni aquí ni allá. “Ahora –dijo enfática- yo no escribiría nada de lo que tenga seguridad, prefiero escribir desde la duda”. Mientras nos revelaba este pensamiento inquietante pide que nos acerquemos a la mesa. “Escojan lo que quieran” dijo amable. Uno por uno, fueron desapareciendo los papeles, revistas y separatas que había traído. No permitió ningún aplauso porque había función al frente. Sin embargo, nos dejó una última encrucijada ¿Cuál es la mejor crítica que se le puede hacer a un río? Mientras pensamos pasmados advertimos que en la pizarra había otro nombre por estudiar: Walter Benjamin. Lo borró y dio la respuesta: ¡Un puente! Eso lo dijo Brecht, concluyó.
El aplauso silencioso nos llevó a continuar la conversa en el cafecito de la esquina. Sólo había chicha morada y pedimos tres jarras. Sara sirvió cada vaso. Nos invitó a seguir juntándonos. Otra vez, has to. Brindamos. Y al poco tiempo tuvo que irse. Se acercó a mí como si me fuera a contar un secreto y me dijo despacito: ¡Ya pagué la cuenta!
2 comentarios:
Interesantìsimo... me apena no haber podido asistir. Ojalà y se repita. Gracias Sara.
Hola.También esperamos que activdades como esta se repitan.Aquí en nuestro blog y nuestra página oficial en facebook podrás enterarte de esta y otras oportunidades.Gracias.
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